Hace un año y un día Mauricio Macri asumía la presidencia la Nación. Prometía el cambio. Y 366 días después debemos decir que ese cambio fue muy limitado.
Salieron del cepo, acordaron con los holdouts, volvió el debate al Congreso, la Argentina volvió a integrarse al mundo. Pero la mayor parte de las medidas quedaron truncas.
Eliminaron retenciones pero incumplieron la promesa de bajárselas progresivamente a los productores de soja. Subieron el mínimo no imponible pero no actualizaron escalas ni alícuotas, dejándole todo servido a la oposición. Dijeron que iban a reducir el Estado pero echaron a muchos para reemplazarlos con los suyos, con los subsidios en los servicios tuvieron que dar marcha atrás y hoy en día el déficit es récord.
Luego de varios meses los piqueteros y la burocracia sindical fueron recompensadas con millones de pesos mientras que a los trabajadores y a las pymes los impuestos los asfixiaron. En pocas palabras, el Gobierno macrista le agarró el gustito al poder y desde arriba, en vez de cambiar las cosas, profundizó las prácticas.
En la economía las cosas no fueron tan bien. Obviamente sería muy necio echarle la culpa sólo al Gobierno, que también es verdad que recibió una herencia pesada. Pero la realidad es que el ajuste en estos meses lo vino haciendo el sector privado, no la política.
Sin duda que durante todo este tiempo la no-victoria de Scioli y Aníbal fue un gran consuelo. Pero que el árbol no tape el bosque: Este año fue mediocre. No fue el infierno, tampoco fue el cielo. Y sería iluso pretender que en un año todo cambie. Y justamente, no cambió todo, pero si cambió muy poco.
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