Fui uno de los tantos miles que fueron al Obelisco el pasado primero de abril. Lo hice convencido de que era necesario expresar como ciudadanos nuestro apoyo (crítico) al Gobierno. De demostrarles que vamos a apoyarlos cuando quieran revertir el populismo y combatir a los corruptos. Y de dejarles bien en claro a los del club del helicóptero que no van a poder cumplir con su sueño.
Resulta irónico que una manifestación callejera tenga como objetivo repudiar una manera de hacer política: El poder de la calle. Esa es la manera moderna de dar golpes de Estado que reemplaza a las revoluciones militares.
Cabe recordar las destituciones ("golpes blandos") contra Raúl Alfonsín o Fernando De la Rúa. En ambos casos no se trató de golpes militares ni destituciones parlamentarias que puedan considerarse golpes palaciegos. Todo se hizo por medio de la acción en los barrios. Los saqueos, las zonas liberadas, las balas policiales. En 2012, ante olas de saqueos en algunas provincias (extrañamente los saqueos contra gobiernos no-peronistas terminan en desastre, contra gobiernos peronistas son rápidamente sofocados), la Presidenta Cristina Fernández dijo expresamente "Este es un manual de instrucciones políticas para saqueos, violencia y desestabilización de gobiernos". Más claro, echarle lavandina.
Aquel viejo principio de la Constitución que decía que "el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes" quedó en el olvido. Impera la política de la fuerza y de la acción directa de las masas. Cuando son gobierno, apelando a las grandes movilizaciones, el clientelismo y los punteros, o cuando son oposición.
¿Y no estamos claramente ante otro intento? En un mismo mes hubo un paro docente con movilización en la Provincia de Buenos Aires (mientras en la mayor parte de las provincias gobernadas por peronistas los sindicatos lograron arreglar sin problemas), una manifestación bochornosa el 24 de marzo haciendo apología de las organizaciones armadas y llamando abiertamente a la destitución del Presidente, piquetes constantes que interrumpían el tránsito en toda la Ciudad y pedían abiertamente que los repriman, y un acto de la CGT que terminó con la convocatoria a un paro general luego de un violento altercado entre los popes sindicales contra la izquierda y el kirchnerismo.
Y así es como unos pocos días después de la manifestación en apoyo a la democracia surgió el paro. Un paro con un corto acatamiento, en donde no faltaron las extorsiones y declaraciones desafortunadas, como la de Micheli diciendo que iba a cortar las calles todos los días si era necesario "para que caiga este modelo" o Viviani amenazando con voltear los taxis de sus compañeros que no adhiriesen al paro. Y así llegó el paro, con la izquierda copando las entradas a la Ciudad y el Microcentro, aunque esta vez las fuerzas del orden si actuaron.
¿Cuál es el sentido de todo esto? ¿Por qué siguen protestando? ¿Por qué si esperaron durante todo un año (el 2016, bastante malo) que la situación mejorara ahora que está mejorando se vuelven ultra-combativos? ¿Tiene algo que ver el año electoral? Que cuando se les pregunte el motivo de la protesta solo digan cosas genéricas y abstractas (cambiar el modelo, el hambre, los despidos) y que no puedan explicar porque van con los tapones de punta cuando todos los economistas de todas las corrientes coinciden en que la situación está repuntando ¿no dice algo?
Ante quienes recurren al poder de la calle (de la movilización y de la imposición) el Gobierno debe recordar para que se lo votó: Para imponer el orden. La situación económica y social irá mejorando, y si empeora habrá tiempo para reclamar. Pero hay algo fundamental: El gobierno no debe dejar de recordar quién manda y que su mandato debe terminar en tiempo y forma. En otras palabras, debe recuperar el poder en la calle.